Sede del FMI en Washington. Foto: FMI

Un mundo con un crecimiento bajo es un mundo desigual e inestable

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Los períodos largos de crecimiento económico lento pueden provocar un repunte en la desigualdad. No obstante, un conjunto equilibrado de políticas puede prevenir ese desenlace.
La economía mundial se ha atascado en un ritmo bajo de crecimiento, lo que podría suponer un serio revés en la lucha contra la pobreza y la desigualdad.

Los ministros de finanzas y gobernadores de bancos centrales del Grupo de los Veinte, que se reúnen esta semana en Río de Janeiro, se enfrentan a un panorama que invita a la reflexión. Tal y como muestra la última actualización del informe Perspectivas de la economía mundial que publica el FMI, se espera que el crecimiento mundial se sitúe en 3,2% este año y 3,3% en 2025, muy por debajo del promedio de 3,8% registrado desde el comienzo de siglo hasta la pandemia. Por otro lado, nuestras proyecciones de crecimiento a mediano plazo siguen languideciendo en los niveles más bajos registrados en décadas.

Ciertamente, la economía mundial dio muestras alentadoras de resiliencia ante toda una serie de shocks, y el mundo no entró en recesión, como predecían algunos, cuando los bancos centrales de todo el mundo subieron las tasas de interés para contener la inflación.

Sin embargo, a medida que nos alejamos de los años de crisis de la pandemia, necesitamos evitar que el mundo caiga en un período prolongado de crecimiento anémico que perpetúe la pobreza y la desigualdad.

La pandemia ya ha supuesto un revés en esta lucha: la pobreza extrema creció tras décadas de descenso continuado, mientras que el hambre en el mundo aumentó y la reducción de la desigualdad a largo plazo entre países se estancó.

Un nuevo estudio del FMI sugiere que los períodos de estancamiento que duran cuatro años o más tienden a provocar, dentro de los países, un aumento de la desigualdad de ingresos que roza el 20%, lo que supera considerablemente el aumento debido a una recesión manifiesta.

Durante los períodos de estancamiento, los niveles pobres de creación de empleo y crecimiento de los salarios provocan el aumento del desempleo estructural y reducen la porción del ingreso de un país que acaba en manos de los trabajadores. Estas fuerzas, combinadas con un espacio fiscal limitado, tienden a agrandar la brecha entre la cúspide y la base de la pirámide del ingreso.

Dicho de otro modo: cuanto más tiempo estemos atascados en un crecimiento bajo, más desigual será el mundo. Eso ya sería de por sí un serio revés para el progreso que hemos logrado en las últimas décadas. Además, como hemos visto, la desigualdad creciente puede promover el descontento ante los avances de la integración económica y tecnológica.

En este contexto, es altamente oportuno que Brasil haya hecho de la lucha contra la desigualdad, la pobreza y el hambre una prioridad de su presidencia del G20. Con las políticas adecuadas, aún estamos a tiempo de escapar de la trampa del bajo crecimiento y la desigualdad creciente, al tiempo que se hacen esfuerzos para reducir la pobreza y el hambre. En este sentido, permítanme destacar tres ámbitos prioritarios de política económica.

Aumentar el ritmo del crecimiento inclusivo

En primer lugar, necesitamos abordar el problema subyacente del crecimiento lento. Gran parte de la caída en el ritmo de crecimiento que se ha producido en las últimas décadas ha sido consecuencia de un bache en la productividad. Una de las razones principales que explica este bache es que el trabajo y el capital no están fluyendo hacia las empresas más dinámicas.

No obstante, una combinación inteligente de reformas podría ser la llama que prenda la mecha del crecimiento a mediano plazo. Las medidas para promover la competencia y mejorar el acceso al financiamiento podrían hacer que los recursos fluyan de manera más eficiente y se incremente la productividad. Al mismo tiempo, la incorporación de más personas a la fuerza de trabajo, como por ejemplo las mujeres, podría contrarrestar el efecto negativo del envejecimiento demográfico sobre el crecimiento.

Además, no debemos olvidar el papel que ha desempeñado el libre comercio como motor del crecimiento y la creación de empleo. En los últimos cuarenta años, la renta real per cápita se ha duplicado a nivel mundial, al tiempo que más de mil millones de personas salían de la pobreza extrema. Durante ese mismo período, el comercio expresado como porción del producto interno bruto se ha incrementado un 50% . Sin embargo, también es cierto que los beneficios del comercio no han llegado a todos por igual, motivo por el que debemos hacer más por garantizar que las ganancias se repartan de una manera justa. En cualquier caso, cerrar nuestras economías sería un error.

Centrar las políticas fiscales en las personas

En segundo lugar, debemos hacer más para asegurarnos de que las políticas fiscales apoyen a los miembros más vulnerables de la sociedad.

El desafío es que muchas economías se enfrentan a intensas presiones fiscales. En los países en desarrollo, los costos de servicio de la deuda se llevan hoy por hoy una fracción mayor de los ingresos tributarios, en un momento en el que esos países se enfrentan a una lista creciente de demandas de gasto, desde inversiones en infraestructuras hasta el costo de la adaptación al cambio climático. Un esfuerzo fiscal gradual y centrado en las personas que incluya un aumento de los ingresos, una mejora de la gobernanza y la protección de los programas sociales puede aliviar los riesgos fiscales al tiempo que se limita cualquier impacto negativo sobre el crecimiento y la desigualdad.

En los países en desarrollo, existe amplio margen para incrementar los ingresos mediante reformas tributarias, llevándolos hasta niveles del 9% del PIB según nuestros estudios. Ahora bien, es fundamental adoptar un enfoque progresivo, lo que significa que hay que asegurarse de que quienes pueden permitirse pagar más impuestos contribuyan de manera justa y proporcional. Gravar las rentas del capital y las propiedades inmobiliarias, por ejemplo, es en definitiva una forma relativamente progresiva de incrementar los ingresos tributarios.  

Independientemente de cuál sea la estrategia, la gente necesita confiar en que los impuestos que paga se utilizarán para ofrecer servicios públicos, no para que los poderosos se enriquezcan. Las mejoras en materia de gobernanza, tales como aumentar la transparencia y disminuir la corrupción, también deben ser parte integral de la ecuación.

Al mismo tiempo, los programas de gasto social pueden marcar una gran diferencia en lo que respecta a la desigualdad, incluidas iniciativas como las ayudas para comedores escolares, las prestaciones por desempleo y las pensiones. Todo esto debe protegerse. Los programas de transferencia de fondos bien direccionados, como el programa Bolsa Familia de Brasil, pueden brindar apoyo a los colectivos vulnerables.

Nuestros estudios muestran que la aplicación de políticas redistributivas potentes en las economías en crecimiento del G20, como los programas de gasto social y la inversión pública en educación, pueden reducir la desigualdad entre 1,5 y 5 veces más que las políticas menos decididas.

Reforzar el apoyo a nivel mundial

Por último, necesitamos una red mundial de seguridad financiera fuerte para los países que precisen apoyo. Con este objetivo en mente, el FMI está trabajando en un paquete de reformas que se aplicarán a nuestros mecanismos de préstamo.

Para seguir respondiendo a las necesidades de nuestros miembros más vulnerables, estamos revisando nuestro instrumento de préstamo concesionario para países de ingreso bajo, el Fondo Fiduciario para el Crecimiento y la Lucha contra la Pobreza (FFCLP). Ante la expectativa de que la demanda supere los niveles previos a la pandemia, es fundamental que nuestros miembros aúnen esfuerzos para garantizar que se dota al FFCLP de los recursos adecuados y que sus finanzas a largo plazo se asientan sobre una base sostenible.

Además, por primera vez en casi una década, también estamos revisando a fondo nuestra política de sobretasas. El objetivo de esta revisión es garantizar que podemos seguir proporcionando financiamiento a tasas de interés asequibles a los miembros que necesiten nuestro apoyo.

El año pasado recibimos un claro voto de confianza de nuestros miembros, que acordaron incrementar los recursos procedentes de las cuotas permanentes, lo que nos ha permitido mantener nuestra capacidad de concesión de préstamos. Cuento con que los miembros del G20 ratificarán ahora este incremento de cuotas.

Una de las lecciones que nos ha enseñado la historia reciente es que no debemos ignorar a aquellos a quienes el progreso económico y tecnológico deja atrás, ya sean individuos dentro de los países o naciones enteras que luchan por acortar esa distancia. Más bien, con las políticas adecuadas y a través de la colaboración, tenemos la posibilidad de construir un mundo próspero e igualitario para todos.

Por Kristalina Georgieva

Fuente: IMF

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