Carlos Abellán

CEO y cofundador de Quside

Seguro de verdad

"¿Nuestro producto bandera? Un generador cuántico de números aleatorios para la ciberseguridad y la supercomputación"


Quside aprovecha las ventajas de la energía fotónica y de la física cuántica para crear protocolos de comunicaciones inexpugnables.

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Recientemente galardonada por AIJEC como la iniciativa empresarial del año, la compañía fundada por Carlos Abellán y otros dos socios defiende una posición de liderazgo tecnológico mundial en el incipiente campo de la seguridad cuántica.

«Durante mi doctorado creé sistemas que terminaron siendo importantes a nivel científico, pero siempre mantuve la inquietud por transferir ese trabajo al terreno de la aplicación práctica»
 
«En el campo de la ciberseguridad hay tal demanda en toda Europa que seguramente van a quedar algunas posiciones sin cubrir, porque no habrá suficiente personal cualificado»
 
«El ICFO tiene un departamento de Transferencia de Tecnología, dedicado a hacer un scouting interno de los proyectos de investigación con impacto económico. Gente de ese departamento nos ayudó desde muy al principio»
 
«Nuestro negocio no es la fabricación de los chips, sino el diseño, test y empaquetado de un producto cuyos elementos físicos externalizamos. Somos lo que se denomina una compañía fabless, es decir, sin fábrica»
 
«Nuestros primeros fichajes fueron exclusivamente hombres. Pero en 2019 el 90% de las incorporaciones técnicas son mujeres»
 
«Europa acaba de comprometer 1.000 millones de euros de inversión en esa materia en los próximos 10 años (nosotros somos uno de los destinatarios), China está haciendo algo parecido, y lo mismo Estados Unidos»
Usted representa el caso de un joven científico adscrito a un centro de investigación que un día decide crear una empresa spin-off. ¿Qué le motivó a dar ese paso?
Me considero ante todo un ingeniero. Y, aunque comencé mi carrera profesional como investigador en física y fotónica, siempre mantuve las ganas de montar dispositivos. Gran parte del trabajo que desarrollé durante mi doctorado consistió en crear sistemas que se pudieran servir a otras personas para que los probaran y vieran si funcionaban. Algunos de esos sistemas terminaron siendo importantes a nivel científico, pero siempre mantuve la inquietud por transferir ese trabajo al terreno de la aplicación práctica. Tanto el equipo como yo mismo compartíamos las ganas de seguir fabricando cosas para que otras personas pudieran beneficiarse de ellas. 
 
Algunas voces dicen que los profesionales como los matemáticos o los ingenieros no tendrán dificultades en encontrar buenos trabajos durante los próximos diez años. ¿Lo cree así?
La evolución de los perfiles profesionales más demandados es dramática y creo que van a aparecer muchos otros nuevos campos. En el año 2000, por ejemplo, los especialistas en desarrollo de software no eran tan necesarios como lo son ahora mismo y en los últimos 15 años su sector ha crecido espectacularmente. Lo mismo ha sucedido en el campo de la ciberseguridad: hay tal demanda en toda Europa que seguramente van a quedar algunas posiciones sin cubrir, porque no habrá suficiente personal cualificado. La transición es muy rápida y lo que creo que va a faltar va a ser el tiempo necesario para formar a todos los necesarios. A fin de cuentas, se tardan 5 años en formar a una persona en esos campos. Ojalá más generaciones accedan a carreras especializadas en TICs o en ámbitos STEAM (ciencia, tecnología y matemáticas).
Volvamos al origen de su compañía. Desde que usted y sus socios tuvieron la idea hasta que la materializaron, ¿qué pasos siguieron?
La idea nació alrededor de 2010 en el ICFO (Instituto de Ciencias Fotónicas), unos años antes de mi incorporación al equipo. Había allí un grupo de investigadores dedicados a una serie de proyectos a los que querían dar una oportunidad en el mundo empresarial mediante una spin off. 
Cuando ya estaba terminando mis estudios, decidí versar mi proyecto de investigación en la criptografía y la física cuántica, que son dos ámbitos que me gustaban mucho. En el ICFO encontré el proyecto concreto que me permitía combinar ambas cosas y me puse a ayudarles a desarrollarlo. Era el mes de julio de 2012 y, hasta 2016, no paramos de investigar y validar científicamente la tecnología, para ver si funcionaba o no, y cómo la podríamos construir. Tras esos 4 años el desarrollo dejó de ser tan científico y pasó a ser más ingenieril y económico: queríamos ver cómo esa tecnología podía convertirse en algo que pudiera tener mercado.
 
¿Tuvieron algún acompañamiento en esa fase más empresarial?
Sí, ciertamente. El ICFO tiene un departamento de Transferencia de Tecnología, dedicado a hacer un scouting interno de cuáles de los proyectos de investigación interna podrían tener impacto económico en la actividad empresarial. Personas de ese departamento nos ayudaron de forma continuada y desde muy al principio. A los investigadores nos encanta hablar de la tecnología y de lo buena que es, pero ellos nos ayudaban a pensar de forma distinta, en términos de: “¿por qué alguien va a querer invertir su tiempo y dinero en adquirir esa tecnología?” Ese fue un proceso muy útil para nosotros.
 
Y pronto tuvieron que empezar a buscar financiación externa, suponemos…
Finalmente, a lo que nos dedicamos es a desarrollar un tipo de hardware basado en chips semiconductores. Así que, si queremos industrializar el producto, nuestra actividad es bastante intensiva en capital. Nuestro caso es distinto al de quienes desarrollan software, que pueden lanzar una primera versión sin necesidad de invertir mucho dinero. El caso es que, en 2017, pudimos cerrar ya una primera ronda de inversión y con ello constituir la compañía. Y salimos a por más financiación.
 
Su negocio, entonces, ¿es el de fabricar chips o el de diseñarlos para que otros los fabriquen?
La industria de semiconductores es cara. Crear una instalación para poder producir chips a gran escala no es fácil, porque requiere de la inversión de muchísimo dinero. Así que nuestro negocio no es la fabricación de los chips, sino en el diseño, test y empaquetado de un producto cuyos elementos físicos nos fabrica una organización externa. Somos lo que se denomina una compañía fabless, es decir, sin fábrica. Esa es la única manera que tenemos ahora mismo de poder producir una solución a los volúmenes que queremos.
 
Y, hablando de solución, ¿qué problema resuelve lo que ustedes producen?
Nuestra tecnología se aplica al campo de la ciberseguridad. Hacemos que cualquier dispositivo que se conecte a Internet, y eso implica a casi todos los aparatos disponibles hoy en día, lo pueda hacer de manera segura. Nuestro producto bandera, por así decirlo, es un generador cuántico de números aleatorios, que se aplica a la ciberseguridad y a la supercomputación. Es nuestro primer producto y aquel al que dedicamos la mayor parte de nuestros esfuerzos actualmente.
 
Háblenos de su equipo: ¿cuántos son? ¿qué perfiles tienen?
Somos quince personas, integrando a los tres fundadores. Nuestros perfiles son técnicos, aunque algo distintos. Hay doctores y post-doctores, especialistas en chips, fotónica integrada, etcétera. Todos son técnicos, excepto tres o cuatro, que estamos más dedicados al área de negocio y branding.
 
¿Hay paridad de género en el grupo? 
Desafortunadamente, no.
 
Se lo pregunto porque en la ciencia y la tecnología ese es uno de los grandes retos, ¿no lo cree así?
Cierto. Pero le debo decirle que actualmente, en nuestra compañía, la situación es mucho mejor que al principio. Nuestros primeros fichajes fueron exclusivamente hombres. Pero en 2019 el 90% de las incorporaciones técnicas son mujeres.
 
Para que los lectores no especializados lo entiendan, ¿lo que ustedes producen de qué manera afectará a la vida cotidiana de las personas?
Nuestra principal ambición como organización ha sido la de poder escalar la producción de nuestra tecnología para poder llegar a cuantas más aplicaciones y personas mejor. Podríamos habernos enfocado a las aplicaciones específicas para centros de datos, pero preferimos enfocarnos a todos los dispositivos que se puedan conectar a Internet. Por ejemplo, cerraduras inteligentes para los hogares, o cámaras de vigilancia, o los teléfonos móviles… Todos esos aparatos están requiriendo del mismo grado de seguridad que tienen los mejores centros de datos. La realidad es que cada vez más nos estamos enfrentando a un reto en la seguridad de nuestros dispositivos cotidianos. Imagínese la cantidad de aparatos que se podrán conectar ahora con el 5G, y la cantidad de dispositivos simples que no tienen capacidad de encriptar o desencriptar datos, pero que necesitarán de comunicaciones seguras…
 
Cada vez habrá más riesgo de que alguien se “cuele” por algún aparato, con propósitos no muy claros…
Hasta ahora, los algoritmos que se utilizan para encriptar y desencriptar esa información y convertirla en segura se basan en unos procesos matemáticos complejos que creemos que son muy difíciles de resolver. Pero esto es algo temporal y durará mientras dure. En cualquier caso, no será una solución permanente. Por este motivo las grandes potencias se han embarcado en la búsqueda de soluciones de seguridad “segura” basada en la física cuántica. De hecho, en el NIST (National Institute of Science and Technology) norteamericano hay una especie de competición para lograr un sustituto a los actuales algoritmos para el año 2024. 
 
Europa acaba de comprometer 1.000 millones de euros de inversión en esa materia en los próximos 10 años (nosotros somos uno de los destinatarios), China está haciendo algo parecido, etc.
Imaginamos que sus desarrollos cuentan con las patentes necesarias.
Hoy en día tenemos varias patentes registradas. Aunque cuando empezamos en 2018 trabajábamos de forma muy discreta y sin mucha ambición de contar lo que estábamos haciendo. Ahora estamos explicándolo mucho más y creemos que a la larga terminaremos dirigiéndonos al usuario final para sensibilizarle sobre la importancia de sus datos y la necesidad de gestionarlos de manera segura. Apple y otras empresas ya están contribuyendo, por ejemplo, a crear esa nueva sensibilidad de la sociedad en relación a sus datos. 
 
En su trabajo ¿qué diría que abunda más? ¿Las matemáticas o la ingeniería?
Finalmente, nuestra organización ha elegido producir chips que integran tecnologías fotónicas y cuánticas y establecer relaciones estratégicas con otras empresas que utilizan esas tecnologías. En mi caso me he especializado más en la parte de hardware que en la de algoritmos.
¿Se les acercan muchas empresas directamente a pedirles el chip?
Todavía no las suficientes. También es cierto que el campo es incipiente y que no existen muchas soluciones disponibles en el mercado, listas para comprar. Pero nosotros nacimos en un momento muy embrionario del mercado y ya tenemos liderazgo tanto en lo tecnológico como en la producción, de manera que cada vez más organizaciones sensibles a los problemas de la seguridad de los datos se acercan a nosotros.  
 
¿Les queda mucho todavía por desarrollar su producto estrella, antes de crear otros productos nuevos?
Respecto al componente principal que le decía, el generador de números aleatorios, ya hemos servido un cierto número de unidades, así que nuestro reto actual se encuentra en hacerlo escalable y, por así decirlo, pasar de producir 10 unidades a producir 10 millones, porque no es lo mismo. Es un proceso de industrialización en el que estamos avanzando y esperamos poder aprovechar todos los conocimientos que estamos acumulando. 
¿Saben si son conocidos en más lugares del mundo, aparte de aquí?
Diría que sí. Ya no es solo porque no haya muchas empresas que produzcan chips fotónicos, es que hemos publicado internacionalmente muchas investigaciones de impacto y hemos colaborado con gente de todo el mundo. La mayoría de nuestros partners actuales son internacionales.
Desde nuestro humilde conocimiento, cada vez que nos hablan de física cuántica nos viene a la cabeza un concepto de máxima miniaturización posible. ¿Estamos en lo correcto?
La física cuántica puede sonar como algo muy nuevo, pero gracias a lo que hemos entendido hasta ahora de ella podemos contar con teléfonos móviles. Todas las revoluciones industriales recientes se deben a ella. De lo que se trata es de comprender cómo funciona la materia y las partículas cuando las hacemos muy pequeñas. Y finalmente estamos creando transistores de apenas unos nanómetros de longitud. Las leyes que allí aplican ya no son las mismas que en nuestro mundo. 
 
La física cuántica existe desde que Planck la definió. Pero lo que estamos haciendo actualmente es no solo entender cómo funcionan esos materiales y construirlos, sino cómo controlarlos. Porque cuando lo logremos podremos hacer cosas distintas a lo actual: la computación cuántica, o la encriptación cuántica…
Y lo de la energía fotónica también suena sugerente.
Pues tiene una relación simbiótica con la energía cuántica. La cosa es que gracias a la física cuántica descubrimos los fotones. Y gracias a los fotones podemos hacer operativa la física cuántica. 
 
¿Dónde se ve en el futuro, aquí o fuera?
Es una pregunta para la que no tengo respuesta. Nuestra ambición sería la de seguir creciendo aquí mismo, en Barcelona, y ahora tenemos una posición diría que privilegiada. Estamos cerca del ICFO y podemos obtener perfiles profesionales cercanos a lo que hacemos, lo cual no es algo sencillo, porque no se encuentran doctores en este tema todos los días. Creemos que podemos crecer desde aquí.

 

 

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Tras titularse como ingeniero en Telecomunicaciones por la UPC, Carlos Abellán desarrolló su proyecto final de carrera y su posterior doctorado en el Instituto de Ciencias Fotónicas (ICFO), donde colaboró en la creación de un generador de números aleatorios. Tras 5 años de trabajo y desarrollo junto a un prominente equipo humano, llegó el momento de fundar una compañía spin-off del Instituto que les permitiera aprovechar todo lo aprendido hasta entonces. Así, a finales de 2017 fundó con otros dos socios la firma Quside, que actualmente ya cuenta con 15 profesionales trabajando.

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