Cuando a uno le dicen: escoge entre Guatemala y Guatepeor, acostumbra a contestar, en el primer instante, la opción menos mala, a su criterio. Peor es una manera de decir que mejor escoges la otra…
Cuando hablamos de rescate o de abandonar el euro, los profanos, los humanos normales y corrientes, no tenemos suficientes argumentos para decantarnos hacia una u otra posibilidad. Vivimos en una época en la que los expertos analistas de la macroeconomía, los que citan a los gurús de siempre, los que citan siempre a Keynes, tratan de imponer su visión. Está claro que para la mayoría de los ciudadanos, ser rescatado del oleaje al lado de las rocas es algo inteligible, comprensible, y siempre votaría sí. Por su bien. Rescatarle desde Bruselas, poniendo un dinero que no se sabe quién pone, con un salvavidas que no sabes de dónde sale, a un precio que nadie te explica, eso no se entiende.
Portugal, que sufrió el rescate hace ya cierto tiempo, no levanta cabeza. ¿Para qué se le rescató? La gente, en Portugal, emigra hacia Europa como lo hicieron en los sesenta y setenta ellos mismos y los españoles… Ese parece el destino de ser rescatado… ¿Y rescatado de quién? ¿De qué garras o de qué oleaje? De los mercados, nos dicen. Pues vaya, es el tipo enemigo al que no le acabas de poner una cara, y del que no sabes, exactamente, si mejor huir o hacerle frente.
Resurge la peseta. Me dicen que en Madrid, se está gestando una corriente potente de partidarios de la salida del euro. Otros, Rajoy al frente, abanderan que fuera del euro, solo habría caos y desorden. Hasta ahora, ni siquiera Grecia lo tiene claro aunque en diez días, sabremos a ciencia cierta si reaparece el dracma y una vez se marcha uno, la puerta queda entreabierta para la huída general.
Una Europa en la que Merkel no mande con su bono súper potente puede ser ahora una imagen irreal, pero a muchos podría apetecerles desvincularse del yugo de Berlín y probar la libertad, la emancipación, aun a riesgo de sufrir las consecuencias.
