España es uno de los países con mayor grado de fracaso escolar y, a la vez, con un número mayor de adolescentes enganchados al móvil. Desde hace nueve años el psicólogo Marc Masip ha desarrollado un método para liberar a esas personas y ponerlas ante un futuro mejor. Sus resultados son magníficos.
Antes de lanzar su proyecto, cuando estudiaba, usted vivió una experiencia transformadora. ¿Por qué no nos las cuenta?
Junto a un compañero de estudios, que actualmente es el director de Desconect@ en Madrid, hicimos juntos el Camino de Santiago en bicicleta y sin teléfonos móviles. Fue una buena experiencia, aunque algo agotadora. Así que para reponernos, nos fuimos a Menorca, también desconectados. Él, que ligaba más que yo, logró que unas chicas nos invitaran a tres amigos a dar la vuelta a la isla en una embarcación a vela. Coincidió con los inicios de las campañas de “Mediterráneamente”, de Estrella Damm. Teníamos 24 años y nos sentíamos como en el paraíso.
Idílico.
En cierto momento, navegando por la zona de la Macarelleta, uno de los chicos comenzó a quejarse de que no tenía internet ni cobertura de teléfono. Se agobió tanto que decidió tirarse al agua para volver nadando a la costa e irse a casa, a poder hablar por el móvil. Para quienes no conozcan la zona, Macarelleta es una cala de Macarella y se necesita un buen rato para llegar andando al pueblo, tomar un taxi y volverse a casa. Me pareció horrible. Era como si necesitara urgentemente una dosis de tabaco, o heroína, o de algo de lo que se depende…
¿Ustedes siguieron con la navegación?
Seguimos a lo nuestro. Al día siguiente volvimos a la casa y nos encontramos a nuestro amigo tirado en el sofá, manejando el móvil. Había preferido la conexión a una actividad única en la vida, como es la de pasar la noche rodeando la isla en velero. De aquello han pasado unos 12 años.
Y eso que entonces las redes sociales no eran tan fuertes como ahora. Figúrese cómo sería hoy.
Aquel chico actuó como un adicto, poseído por hacer algo sí o sí. Creé Desconect@ hace 9 años. Primero, trabajé en una sala pequeña del despacho de mi padre y hacía visitas individuales. Me di de alta de autónomos, pagaba unos 450 euros al mes y cobraba cada sesión a 50 euros la hora. Esos fueron los inicios.
También estudió en Singapur. Allí hay mucho juego y adicción.
En mi segundo año de actividad pude hacer de psicólogo a un piloto del mundial de coches que viajaba por todo el mundo. Lo acompañé a un viaje a Singapur y, aprovechando la ocasión, prolongué mi estancia una semana para conocer centros donde trabajaban adicciones. Al cabo de un tiempo volví a viajar allí y ver lo que hacían con mayor detalle. Me gustaba el 80% de las cosas que hacían a nivel cognitivo.
Más tarde cree un método para trabajar la adicción a las tecnologías y, después, cuando pensé en implantar el método en las escuelas, también viajé a Suecia, porque los países nórdicos tienen formas de trabajar que mejoran las nuestras. Pero mi gran aprendizaje lo obtuve en Gales, no hace mucho. Fui acompañando a la junta directiva de Escuelas Privadas Independientes de Catalunya (EPIC), de la que formo parte.
Desde que empezó usted hasta el día de hoy, ¿cómo ha cambiado el perfil de sus usuarios?
Desde el principio he trabajado con adolescentes y jóvenes, de entre 15 y 18 años. Están en la “edad del pavo” y son personas que se sienten desubicadas, o que tienen déficit de autoestima o una gran necesidad de pertenecer a un grupo. Actualmente nos estamos encontrando también con niños de 10 y 11 años adictos al móvil, cuyos padres acuden al centro, desesperados y con un sentimiento de responsabilidad y culpa. Pero, para ser sinceros, esos casos son más bien puntuales.
Trabajo con jóvenes y adolescentes, de entre 15 y 18 años. Están en la “edad del pavo” y se sienten desubicados, o tienen déficit de autoestima o una gran necesidad de pertenecer a un grupo.
Es comprensible la culpabilidad de los padres. Saben que sus hijos se juntan con otros niños y niñas que también tienen móviles y no quieren que sean los raros de la clase.
Lo curioso es que el proveedor y el cliente del teléfono móvil en casa es el padre o la madre. La sociedad ha cambiado mucho en estos años. Yo tengo 33 y me considero joven, pero veo que algunos valores clásicos se han perdido y no debieran: estudiar secundario, bachillerato y universidad sigue siendo algo deseable. Tener respeto a la autoridad, autoexigencia y límites, también. Pero no todo el mundo lo ve así.
Antes, cuando el maestro te regañaba en la escuela, llegabas a casa con miedo, porque sabías que tus padres iban a ratificar la reprimenda. Ahora el niño se queja ante su padre y los dos se quejan al profesor.
Antes, cuando el maestro te regañaba en la escuela, llegabas a casa con miedo, porque sabías que tus padres iban a ratificar la reprimenda. Ahora el niño se queja ante su padre y los dos se quejan al profesor. Hay niños que no le temen a nada, actualmente, ni a padres, ni a profesores, ni a la gente mayor. Se escapan, o prueban drogas, o cometen delitos y faltas. Pienso que hay que poner límites sin miedo. Parece que decirle que no a un hijo sea un tabú.
Pienso que hay que poner límites sin miedo. Parece que decirle que no a un hijo sea un tabú.
Es signo de los tiempos, tal vez.
Creo que los padres tienen un miedo que es falso: el que los hijos puedan quedarse sin amigos por no tener móvil. Y eso es mentira. Precisamente, los chicos y chicas que abusan del móvil tienen menos amigos porque se aíslan socialmente, se relacionan menos y no adquieren herramientas para relacionarse. Además, por inercia, los padres les compran un móvil a una edad cada vez menor.
Los chicos y chicas que abusan del móvil tienen menos amigos porque se aíslan socialmente, se relacionan menos y no adquieren herramientas para relacionarse.
Hay hijos que llegan al chantaje emocional.
Y lo entiendo. Yo mismo lo hice así con mi padre. Le decía que si no me compraba una moto, me iba a montar en la del vecino, que era un tipo muy loco. Y, para hacerlo real, me compré un casco, aunque luego me iba en autobús, porque sabía que el vecino era una opción peligrosa.
Muy agudo.
Tuve la moto.
Pero ya no piensa así. Y ahora promueve su método. ¿Cree que los chicos con adicción pueden utilizar el móvil sin limitar completamente su uso?
Lo tengo muy claro: el móvil y las redes sociales, sí, pero siempre haciendo un buen uso. En cambio, los videojuegos no.
Hay mucha gente que utiliza bien el móvil. Pero creo que antes de los 16 años no es posible sin haber recibido una buena educación previa, y porque el cerebro de las personas todavía no está suficientemente maduro. Además, los adolescentes no lo necesitan. Lo que sí necesitan es salir, jugar, aburrirse, fracasar, aprender y conocer cómo gestionar su frustración.
¿Cuál es la propuesta de valor de Desconect@? ¿Qué ofrece, exactamente?
Pues Desconect@ son en realidad tres cosas. La primera es una aula terapéutica dedicada a alumnos con necesidades y dificultades de aprendizaje: TDH, dislexia, conducta, adicciones, malestar… Aquí estudian la secundaria y el bachiller en grupos de 6, mientras están escolarizados en otras escuelas. Vienen por las mañanas y esto es como una subsede de la escuela en la que sus padres los han matriculado.
Hacen sus exámenes aquí, cuentan con psicólogos y pedagogos y tienen dos días semanales de trabajo con perros terapéuticos. Además, están obligados a jugar juegos de mesa dos días por semana y tienen prohibido el móvil todo el día, incluso durante el recreo. No utilizan ni ordenador ni tableta, solo papel y bolígrafo… El año pasado obtuvieron unos estupendos resultados académicos: superaron el 9 de media en secundaria y el 7 en bachillerato, con un 100% de presentados y un 100% de aprobados en la Selectividad. Algo extraordinario.
Lo es. Y todas estas metodologías las fue añadiendo gradualmente a su consulta.
Lo cierto es que yo veía que estaba ayudando a los chicos emocionalmente, pero que la parte académica les quedaba colgada. Y, a la inversa, si les ayudaba académicamente, lo emocional quedaba sin atender. Así que tomé a dos de los chicos, contraté a dos profesores, les pedí a los padres que pagaran los servicios de los profesores y yo estuve vigilándoles todo el tiempo. Los chicos habían suspendido seis y siete asignaturas hasta entonces, pero terminaron aprobando el bachillerato. Desde ese momento fuimos extrapolando lo aprendido y ampliando las opciones: primero pusimos a una pedagoga, luego añadimos lo de los perros, luego prohibimos los móviles, etcétera. Hasta tenemos debates de criterio personal.
El debate es la gran asignatura pendiente en todas partes.
España tiene un 36% de fracaso escolar. Eso quiere decir que cuatro de cada diez alumnos no logran la secundaria. Además, estamos en el número 86 del ranking de países en criterio personal adolescente. Eso significa que los chicos no saben por qué son lo que son. Y por eso hacemos debates.
Además, tenemos un 21,3% de adicción al móvil entre público adolescente, cuando la media europea ronda el 12%. Por todo esto cree el método. Y para mi este colegio es una obra de arte. Los niños vienen muy contentos, sacan buenas notas, mejoran muchísimo… Tenemos ya a exalumnos en la universidad que vienen a contar sus casos a los chicos. Me siento muy orgulloso con todo esto. Hoy tenemos a 70 en Barcelona y a 40 más en Madrid.
Me decía que Desconect@ son tres cosas. ¿Qué más, aparte del colegio?
La escuela y la parte académica sucede por las mañanas. A partir del mediodía tenemos un hospital de día, que ofrece una terapia más intensiva para adolescentes a partir de tercero de ESO. Aquí vienen y comen bien y equilibrado, y luego hacen terapia individual de grupo, meriendan, están en talleres con psiquiatras y psicólogos y a sus padres se les da unas pautas obligatorias.
¿Y trabajan con otras adicciones?
Básicamente comenzamos con los chicos adictos al móvil, pero ya estamos ocupándonos de la salud mental integral. Hemos abordado trastornos de alimentación como la anorexia o la bulimia, algunos casos de consumo de estupefacientes y algunos más de adicción a los videojuegos.
Algo que distingue a nuestro hospital de día, además del excelente equipo, es que trabajamos con grupos reducidos, de no más de 8 personas, y separando a los chicos de las chicas. No es por creencia o imposición, sino porque ambos sexos tienen distintos niveles de madurez a esas edades.
Por cierto, ¿afectan igual las adicciones de adolescencia a los chicos y a las chicas?
No. En el caso del trastorno alimentario, el 95% de los casos corresponde a las chicas. Y ese dato no cambia desde hace 15 años. En cuanto a móviles y a conducta y consumo de estupefacientes estamos en un 50%-50%.
En cambio, el campo de los videojuegos es curioso, porque ambos sexos juegan igual, pero el 95% de los adictos son chicos. Parece como si ellas pudieran jugar gestionando mejor la adicción.
El caso de los videojuegos es curioso, porque chicos y chicas juegan igual, pero el 95% de los adictos son chicos. Parece como si ellas pudieran jugar gestionando mejor la adicción.
El videojuego es un fenómeno universal.
Hace un año la OMS dijo que también es causante de enfermedades y de trastornos. Al principio del proyecto dejábamos que los chicos jugaran un poco, durante el fin de semana y si se portaban bien. Pero no funcionó. Desde hace un tiempo tenemos completamente prohibidos los videojuegos. Si como padre quieres que tu hijo se desenganche, debes ser consciente de que nunca más debe jugar, como sucede con las drogas. Los resultados nos avalan: 97% de éxito. Y la OMS nos ha dado la razón. Nuestra terapia no puede aconsejar jugar.
¿A quién le cuesta más aceptar el problema? ¿A niños o a padres?
Creo que más bien a los adolescentes. Los padres que vienen a vernos suelen estar ya muy concienciados de que sus hijos tienen un problema. Es cierto que se asustan a veces cuando ven el tratamiento, porque es novedoso, intensivo e implica una lucha inicial muy fuerte. Pero es que el adolescente llega aquí con ganas de no dejar lo que hace, ya sea jugar o estar conectado.
En esa primera fase nos cuesta muchísimo concienciarles de que tienen un problema y de que deben desear el cambio. Nos toca empatizar mucho para hacerles entender que lo que más les gusta en el mundo no les hace ningún bien. Y, además, luchar contra el hecho de que todos sus iguales siguen haciéndolo.
¿Hay prevención posible para todo esto?
Yo creo que hay dos enfoques posibles. Uno es, efectivamente, el preventivo. Otro es el que damos aquí. Pero en lo preventivo veo que hay que fijar leyes estatales que rijan el buen uso de la tecnología y que impartan formación para los educadores.
Hace años había muchos accidentes de tráfico, por el abuso del alcohol conduciendo o por no llevar el cinturón de seguridad. Se hicieron carnets de puntos, sanciones, controles y campañas de Tráfico con anuncios muy explícitos. Eso redujo la cantidad de accidentes. Ahora resulta que la primera causa de accidentes en España es tocar o mirar el móvil mientras se conduce: suponen el 72%.
Las campañas públicas funcionan cuando conciencian y sancionan, sí.
Y lo mismo pasó con el casco de la moto y el fumar en lugares públicos. Creo que a nivel estatal habría que producir más normas que prohíban el uso de teléfonos móviles en la escuela, o que definan una edad mínima a la que se puede dar un teléfono móvil a un hijo. No es que sea partidario de prohibirlo, pero creo que darle un móvil a un hijo de menos de 16 años es una salvajada y un peligro. Todos los expertos en salud mental estamos de acuerdo en ello.
A la vez añadiría campañas de concienciación pública, con anuncios. Y formación para profesores y pedagogos, padres y madres. Las redes sociales también están preparadas para personas mayores. Algunos niños se saltan el control e incurren en un riesgo grande e innecesario.
¿Hay recaídas entre sus alumnos?
La recaída forma parte del tratamiento, claro. Pero por eso solamente damos el alta tras mucho tiempo y trabajo. Los padres también salen muy trabajados de aquí.
¿También reciben tratamiento los padres?
Déjeme que le cuente una anécdota. Me pidieron impartir una conferencia en Vigo. Hasta llegar allí no supe que mi auditorio estaba compuesto por 2.000 niños en un teatro. No había ninguno que me hiciera caso, porque estaban conectados al móvil. Confieso que tengo una buena conexión con los niños y niñas, pero ¿cómo iba a dar una conferencia ante ellos diciéndoles que el móvil es malo?
¿Cómo lo hizo?
Les pedí un segundo de atención par responder a tres preguntas concretas. Pedí que levantaran la mano si alguna vez habían ignorado a otras personas por estar pendientes del móvil. Se rieron.
Luego les pregunté si alguno se sentía molesto cuando era ignorado por otra persona que estaba mirando el móvil. También se rieron.
Cuando pregunté si alguno se había sentido mal porque su padre o madre le había ignorado por estar con el móvil, se formó un silencio absoluto. Todos levantaron la mano. El fotoperiodista de La Voz de Galicia hizo el retrato y al día siguiente salió un titular que decía algo como que “los niños gallegos se sienten ignorados por sus padres”. Me quedé en shock.
No me extraña.
Les dije que cuando fueran padres y madres, evitaran hacerlo. Y pude dar 45 minutos de una conferencia muy buena. Ahí fue cuando entendí que los niños hacen un mal uso de la tecnología, pero que los padres también lo hacen. Dar ejemplo a los niños es fundamental. Si los padres miran un mail durante la cena, los niños se pondrán a mirar Tik-Tok y no se lo podrás negar. Y si conducen hablando por el móvil, no le podrán pedir al niño que no escuche música.
Durante la pandemia todos hemos sufrido confinamiento. ¿En qué ha afectado esto a sus alumnos y alumnas?
El confinamiento ha ido muy mal a los chicos y a los adultos. Al principio cerramos el centro, pero lo abrimos enseguida, porque los padres lo necesitaban. No tuvimos ningún caso de COVID, pero los padres pedían más ayuda que nunca, porque los chicos estaban constantemente ante el ordenador, haciendo clase, o tenían que conectarse al móvil para hacer sus trabajos. El único espacio que podían darles los padres era una pantalla.