Es ya una obviedad afirmar que en estos últimos tiempos y gracias a lo que ya con cierta obsolescencia llamamos “nuevas tecnologías”, el mundo se ha vuelto de repente más pequeño. Más pequeño, pero también más confuso. Y si los historiadores del futuro, con la debida perspectiva temporal, afirmarán que el siglo XXI empezó el 11 de septiembre de 2001 con la caída de las torres gemelas y un nuevo concepto de terrorismo y orden mundial, casi se podría decir que los recientes acontecimientos internacionales (regímenes dictatoriales que han estado inmóviles durante décadas y que han caído por el efecto dominó en cuestión de pocos meses, u otros estados democráticos cuyos pilares han empezado a tambalearse por el movimiento de los “indignados”) han apuntalado un nuevo modo de entender la política, las relaciones sociales, y porqué negarlo, también la vida.
Tampoco hace falta que nos vayamos a Egipto o a Líbia. Los recientes disturbios acontecidos en Barcelona, han demostrado, una vez más, el poder de convocatoria de las redes sociales, sean facebook o twitter.
Supongo que poco podía imaginarse Marshall McLuhan cuando acuñó el término de “aldea global”, en 1967, que la televisión, el medio que pensaba él, sólo sería un engranaje –y cada vez, menor-, en esta compleja cadena de acontecimienots internacionales, a los que asistimos sin tener tiempo de asimilar, y no digamos ya, de reflexionar, con cierta perspectiva crítica.
Pero no importa. Todo intento sereno y reflexivo de análisis queda arrinconado por la contundencia de las imágenes colgadas en YouTube, por las filmaciones grabadas por los móbiles de los que son protagonistas de los hechos; de los comentarios que, en el mismo momento que se producen los hechos, ya se pueden consultar desde cualquier punto del globo terráqueo. Que se diga que alguien de los indignados en Plaça Catalunya ha muerto a consecuencia de la brutalidad policial que le reventó el hígado y el pulmón, o que uno de los símbolos de la oposición siria, la bloguera lesbiana Amina Abdallah Araf el Omari, autora de A gay girl in Damascus sea una farsa, parece no ser relevante.
Así pues, paradójicamente, en una sociedad que se cree la más informada es la que está expuesta a una mayor manipulación. No sólo por parte del poder, ni tampoco por los medios de comunicación, sino ya por los propios ciudadanos que aprovechan el gran eco de las redes sociales para exponer una realidad alejada de la verdad.
Y esta situación, que con los años nos ha ido convirtiendo más escépticos, nos acabará volviendo más cínicos. ¿Es necesario?
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