Hay quien dice que no nos damos cuenta de la grandeza de las pequeñas cosas. Quizá sea cierto, pero pienso que lo grave no es esto, sino no darse cuenta de la grandeza de las cosas grandes. Y el cava lo es, claro que lo es. Tradicionalmente es un producto de celebración, como si sólo lo debiésemos reservar para las grandes ocasiones. Pero no. Pienso que cualquier excusa es buena para beber una copa de cava. Reviste de sofisticación y elegancia cualquier reunión. No sé como. Sus chispeantes burbujas se encargan de hacerlo.
¡Y qué gran aperitivo! Una de las últimas ocasiones en que pude comprobarlo fue en una inauguración de una exposición de pintura, en una céntrica sala de Barcelona. Se trataba del Castell de Vilarnau G.R. Vintage del 98 que nos sirvieron en el vernisage. Los cuadros estaban bien, pero, el cava…
En nariz aparecieron aquellos típicos aromas típicos de crianza que resultan
Lo tomamos hacia el mediodía y maridó perfectamente con aquella hora. Acompañado de las pastitas saladas, una buena conversación y por supuesto, los cuadros de la exposición.
¿Puede haber algo mejor?
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