Definitivamente, no somos iguales

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 Si hasta hace unos años el debate se centraba en la incorporación de la mujer al trabajo, últimamente está de moda hablar de su incorporación a puestos directivos. Recientemente, por ejemplo, un centenar de mujeres participaron en uno de los encuentros periódicos del Lobi Adecco de Mujeres Directivas, en el que participan más de 400 empresas españolas que se preocupan por conciliar la vida laboral y familiar de sus empleados, especialmente en los puestos directivos. 

 
Las conclusiones de los estudios sobre este tema siempre son las mismas: a pesar de los progresos de los últimos años el número de mujeres en puestos de responsabilidad es ínfimo (por no decir ridículo). En el mejor de los casos, en los países más desarrollados, el porcentaje puede llegar al… ¡diez por ciento! 
 
La verdad es que, como mujer, no me siento indignada por estas cifras, aunque tampoco me dejan indiferente. Y es que el pasado pesa, y pesa mucho. Durante muchos siglos la mujer no ha formado parte prácticamente de las estadísticas de población activa de España, así que no podemos arreglar en décadas un lastre de tanto tiempo. Es verdad que cada vez más se están llevando a cabo medidas que pretenden conciliar trabajo y familia, aunque en realidad tendríamos que decir trabajo y mujer, porque el hombre nunca ha tenido ningún problema para conciliarlos.
 
Estamos muy lejos de conseguir que las mujeres ocupen cargos de responsabilidad en las empresas y uno de los principales factores es que no somos iguales. Las mujeres, en la mayoría de los casos, tenemos otras prioridades en la vida que alcanzar el éxito profesional, y digo en la mayoría de los casos porque las hay que sí lo pretenden, y, también en la mayoría de los casos, lo consiguen. Cuando hablo de ‘otras prioridades’ no me refiero a que no le demos importancia al trabajo sino que somos algo más idealistas, nos puede la sensibilidad y el instinto maternal. 
 
Aún así, creo que debemos hacer todo lo posible por cambiar esta situación y es tarea sobre todo de mi generación (en el linde de los treinta) y de las que nos siguen, quienes cada vez tienen más claro que la única diferencia que hay entre hombres y mujeres en el trabajo es que nosotras podemos hacer varias cosas a la vez y ellos, difícilmente. 
 
La pena es que siempre quedarán hombres -primitivos- que seguirán pensando que es mejor contratar a un hombre para un puesto de trabajo que a una mujer por la única razón de que las mujeres tienen más ‘números’ de faltar al trabajo. Pero todas sabemos que en realidad es él quien sale perdiendo. 
 
Pero si hablamos de diferencias e igualdades entre hombres y mujeres la palma se la llevan las tareas de la casa. Como dijo una mujer esta semana en una emisora de radio: «en casa lo hacemos todo al cincuenta por ciento: yo cocino, él come, yo limpio, él ensucia…», en fin, poco más se puede añadir; hay que cosas que nunca cambian. Si no, pregúntele al padre de sus hijos si sabe qué número de pie calzan… 

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