¿Tiene los días contados la Unión Europea?

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La Unión Europea ha alternado períodos de europesimismo y eurooptimismo. El último en el que dominó la ilusión tuvo lugar entre 1995 y 2005. 

Cuatro pilares ayudaron a crear ese clima positivo: el euro, las nuevas ampliaciones, el proyecto de Tratado Constitucional y la Agenda de Lisboa, que prometía una economía competitiva, socialmente justa y mediambientalmente ejemplar. Las grandes potencias miraban Europa con admiración y se decía que este sería el siglo europeo.

El rechazo en referéndum del Tratado Constitucional en 2005 por parte de Francia y Países Bajos, la crisis financiera iniciada en 2007 y sobre todo la crisis del euro de 2010 dieron paso a una devastadora ola de europesimismo que ha llegado hasta el presente.
 
La crisis del euro ocupa un lugar central. Se trata de una auténtica policrisis, que ha generado otras: crisis institucional, de relato, de legitimidad y de liderazgo. Muchos ven en la situación actual el preludio del final de la Unión Europea.
 
Sin embargo, el futuro europeo todavía está por escribir. Así lo pone de manifiesto el profesor del IESE Víctor Pou en el libro ¿Hacia la deconstrucción de la Unión Europea?. En sus páginas analiza los factores relevantes para esta tormenta perfecta y arroja luz sobre algunas cuestiones poco conocidas para el gran público.

Un proyecto fructífero
 
De un continente vencido, arruinado y reducido a cenizas en 1945, surgió un proyecto que en tan solo dos generaciones ha hecho realidad una visión política compartida basada en la paz, la prosperidad y la reconciliación entre los antiguos enemigos. 
 
Sus bases fueron el estado del bienestar y la redistribución de la renta como instrumentos para hacer compatibles el crecimiento económico y la paz social. Una combinación de idealismo, tecnocracia y una orientación decididamente económica, en la que los aspectos políticos se dejaron de lado para no despertar los recelos nacionalistas. 
 
Sucesivas ampliaciones de socios y nuevos tratados, sumados a una mayor cesión de soberanía por parte de los Estados, dieron lugar a la actual UE, regida por el Tratado de Lisboa de 2009. 
 
Escalada de crisis y amenazas
 
Uno de los aldabonazos más fuertes en los últimos años ha sido el brexit, tras el cual la UE ya no es un proyecto que solo conoce la vía de la ampliación. Por primera vez uno de los Estados miembros va a activar la cláusula de salida por voluntad propia, lo que supone un ejercicio de deconstrucción efectiva del proyecto.
 
Hasta que Grecia consiga estabilizar su economía, la crisis del grexit o posible salida forzada del país heleno del euro seguirá revoloteando peligrosamente en el ambiente.
 
Las amenazas externas contribuyen a poner en jaque el futuro de la UE. En este campo, el autor señala la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, que pone en peligro la tradicional alianza entre las dos potencias, y la Rusia de Putin que trata de forzar la recomposición del antiguo imperio soviético a costa del debilitamiento del proyecto europeo. 
 
Por otro lado, Víctor Pou apunta al fracaso de las primaveras árabes, la guerra de Siria y la crisis migratoria que se ha derivado de ellas, así como el terrorismo del Estado Islámico. 
 
A la vista de esta realidad, la UE no tiene más remedio que revisar su política exterior y de seguridad, así como su política de vecindad, y afrontar el reto de convertir las amenazas en oportunidades, teniendo en cuenta que tanto la Rusia de Putin como los países del norte de África y Oriente Medio poseen un gran potencial de interacción positiva con Europa.
 
Soluciones al drama migratorio
En 2014 la UE tenía 507 millones de habitantes, de los que solo 20 millones (el 4%) eran residentes extracomunitarios. Por tanto, sostiene el autor, la acogida de dos millones de refugiados no solo es factible, sino que es un imperativo legal y humanitario, además de una oportunidad para una Europa envejecida. 
 
Fruto de la descoordinación, la UE ha perdido el control de sus fronteras. Y Schengen, el acuerdo que abolió los controles fronterizos en 26 países europeos, parece a punto de romperse. Alemania, Francia, Dinamarca, Austria, Noruega y Suecia han restablecido controles en sus fronteras. Y otros, como Hungría y Eslovenia, han levantado alambradas y desplegado el Ejército en las suyas. 
 
Si quiere salvar Schengen, la UE tiene que gestionar los flujos migratorios y garantizar la seguridad de los europeos mediante una serie de medidas urgentes a la espera de políticas comunes en materia de inmigración y seguridad:
 
  • Enviar dinero, material y personal a los centros de gestión de inmigrantes en Grecia e Italia para que el control de los inmigrantes y las demandas de asilo se gestionen adecuadamente.
  • Convencer a los Estados para que cumplan los compromisos y acojan el número de refugiados ya pactado.
  • Establecer mejores acuerdos de readmisión con terceros países para poder mandar de vuelta a aquellos que no tienen derecho a estar en Europa.
  • Establecer rutas legales para entrar en Europa, con centros de gestión de refugiados en países como Turquía, Egipto o Jordania.
  • Y utilizar mejor las bases de datos de Schengen, Eurodac y de Prüm para neutralizar la amenaza de los yihadistas en Europa.
El camino de la integración
 
La crisis del euro también tiene solución, según Pou: la eurozona lleva años sin resolver el problema de deuda de Grecia, que representa solo el 2% de su PIB, mientras que Estados Unidos resolvió en tres meses el problema de impago de California, que suponía el 16% de su PIB.
 
Para seguir adelante con el euro, los Estados tienen que ceder más soberanía y establecer una unión fiscal con capacidad para transferir recursos, así como mutualizar al menos parte de la deuda. 
 
Y en cuanto al brexit, podría convertirse en el estímulo que necesita la UE para impulsar una auténtica unión política.
 
La geometría variable y las diferentes velocidades ya son un hecho en la UE actual. Lo esencial, según el autor, es que los países de vanguardia (el núcleo duro) dejen la puerta abierta para que el resto se vaya acomodando según diferentes grados de compromiso hasta llegar algún día a constituir una verdadera federación europea.
 
Como señala Víctor Pou, la historia de la integración de la UE demuestra que los grandes avances siempre se han producido como consecuencia de la superación de sus mayores crisis. El futuro de la UE no es su deconstrucción, sino que pasa por reaccionar a las crisis que la azotan en la actualidad. 
 
Más y mejor Europa
 
En primer lugar, es necesario recobrar la confianza de los ciudadanos y, después, proceder a la refundación de la UE sobre la base de sus valores tradicionales. 
 
Se necesita más Unión Europea. Sin cesiones adicionales de soberanía no podrán resolverse las mayores crisis. Pero también se necesita una «mejor Europa»: las instituciones comunitarias han de ser más trasparentes, más democráticas, más eficaces y más cercanas a los ciudadanos. 
 
El brexit y el fenómeno Trump refuerzan aún más esta conclusión. Pueden servir de acicate para que la UE reaccione y abren una oportunidad para avanzar en esta dirección.
 
La refundación de la UE debe encontrar soluciones institucionales imaginativas que se trasladen a un nuevo tratado. El mundo necesita una UE bastión de la democracia y respeto de los derechos y las libertades fundamentales frente al populismo, las autocracias de China y Rusia y la imprevisibilidad de los Estados Unidos de Trump.

 

1 COMENTARIO

  1. Una Europa cada vez más diezmada y habla de futuro es de risa como no salga de la otan y le limpie los zapatos a rusia lo lleva claro lo único que sabe hacer europa es limpiar zapatos

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