Todos tenemos cierta tendencia a alzar el dedo acusador, a la más mínima, y dirigir hacia la clase política nuestras recriminaciones, culpándola en gran manera de todo aquello que afecta a nuestra vida cotidiana.Y motivos, algunos de sus miembros no han escatimado. Argumentos, los hay, pero también es verdad que ante momentos muy complicados en los postreros meses, la POLÍTICA, en capital letters, en mayúsculas, ha mostrado su robustez.
En Cataluña, ha quedado fehacientemente demostrado que querer es poder, que cuando alguien tiene un fin claro, lo que encuentre en la singladura es menor. La política es lo que permite avanzar cuando hay instantes en los que la toalla blanca volaría desde el rincón. Ceder y reclamar, tirar y aflojar, en definitiva, hablar, sí, pero no sólo limitarse a escuchar.
Recomiendo a todos que, como yo, hagan una revisión exhaustiva de las cosas que sucedieron en Cataluña en tan sólo 7 días de enero de un 2016 que nos ha mostrado, ya que hablamos de un año en el que pueden pasar cosas, muchas cosas. Sólo hace falta fijarse en cómo España afronta la fase en la que hay que hablar, esta vez sí, sin mayorias aplastantes de uno frente a los otros, con humildad, sabiendo cuando es necesario conceder, aunque sea doloroso, parte de la victoria al rival…
Siete días, estos últimos, en los que también ha quedado claro que las sociedades, los países, los estados, tienen un «side», a lo que les permite sobrevivir a aquellos momentos de parálisis gubernamental. Sin un Gobierno, los mercados se impacientan, sí, los inversores dudan, también, pero la vida, como en Bélgica durante un año, o Cataluña durante tres meses, sigue, y los problemas, las soluciones, las decepciones y alegrías no se detienen.